Para hablar de Rogue Trooper debemos remontarnos a dos fechas concretas del pasado; por una parte la creación de cómic original frito de la unión entre dos genios vituperados en la elaboración de tebeos como son Gerry Finley y Dave Gibbons –este último más conocido por su trabajo en The Watchmen-. Sendos autores decidieron seguir la línea imperante en la escena británica para elaborar una trama bélica asentada en el futuro, donde la Tierra es poco menos que un campo de batalla completamente arrasado por las armas de destrucción masiva, las bioquímicas que tanto tememos en la actualidad por su letal efectividad al entrar en contacto con cualquier clase de forma humana. La primera tirada aparecía en la clásica revista 2000 AD, junto a otras obras de culto como Juez Dredd, entre otros.
A diferencias de otras obras de la época, la trama nos sitúa en las pieles de un soldado de infantería creado genéticamente a imagen y semejanza de otros cientos de miles de unidades de combate, cuyo cuerpo es totalmente irrelevante en pos de unos microchips implantados en la zona lobular del cerebro con el fin de que recoja toda la información necesaria acerca de la personalidad, sentimientos y pautas concretas de cada soldado individualmente. Una vez después de muertos es posible extraer el chip y continuar felizmente hasta que se otorgue la posibilidad de devolver a la vida a los compañeros caídos durante la batalla.
El argumento, lejos de sorprender con el paso del tiempo, se perfila como uno de los recursos narrativos de más impacto en los últimos años. La tecnología ha sustituido la capacidad humana de raciocinio y cualquier otra constante que se pueda identificar con las grandes guerras del siglo pasado. Lo vivimos en Vietnam, con cientos de soldados que perdieron toda clase de motivación vital al caer en las fauces de los horrores de la guerra, exactamente igual que en Irak, un hecho que queda a la vuelta de la esquina con l

Adaptando un título aceptable
La segunda fecha que nos interesa en este caso es 2006, cuando a principios de año la compañía británica Rebellion lanzaba en el mercado una adaptación de los cómics para PlayStation 2, Xbox y PC, obteniendo calificaciones aceptables en la mayoría de las publicaciones reputadas del momento. Hacer un resumen a grandes rasgos de aquel título sería destripar el que hoy presentamos, ya que se trata de una conversión prácticamente idéntica –mermada de los modos multijugador en línea-, donde el Nunchuk y el Wiimote otorgan una nueva visión de juego, dando lugar a un juego de acción divertido que durante el breve periodo de tiempo que abarca es capaz de ofrecer algunos aspectos interesantes y otros que sencillamente no tienen lugar en la nueva generación, pasando por unas visuales calcadas a la de sus homónimos y por un sólido argumento que desaparece por momento, otorgando una sensación de sin sentido respecto a las acciones que estamos realizando en el combate.
Por suerte, la introducción desvela una puesta en escena con un prólogo a modo de pasacalles en el que se explica vagamente el trasfondo de la historia y la rivalidad que une a nuestro ejército –los G.I, clones modificados genéticamente por los ‘sureños’- con la facción humana que en un principio se plantea como un rival a batir sin más explicaciones que estas. Lo realmente interesante es la conducta de Rogue, el protagonista, un alma en pena que en los primeros compases de su aventura pierde a su escuadrón de batalla al completo, implementándose sus chips vitales tanto en el armamento como en el kit auxiliar que el personaje porta a su espalda. Estos artilugios permiten que nuestros compañeros hablen –telepáticamente, suponemos- y se comuniquen con el exterior, además de garantizarnos la entrada al arsenal desde el que adquirimos munición y otras mejoras para el equipo.
El protagonista de esta historia, Rogue, es uno de los mejores ejemplos de la consciencia de unos soldados que luchan a sabiendas de que su único destino es
el de perecer una y otra vez en una guerra que nos les pertenece y en la que se ven resignados a combatir.
Por suerte, la introducción desvela una puesta en escena con un prólogo a modo de pasacalles en el que se explica vagamente el trasfondo de la historia y la rivalidad que une a nuestro ejército –los G.I, clones modificados genéticamente por los ‘sureños’- con la facción humana que en un principio se plantea como un rival a batir sin más explicaciones que estas. Lo realmente interesante es la conducta de Rogue, el protagonista, un alma en pena que en los primeros compases de su aventura pierde a su escuadrón de batalla al completo, implementándose sus chips vitales tanto en el armamento como en el kit auxiliar que el personaje porta a su espalda. Estos artilugios permiten que nuestros compañeros hablen –telepáticamente, suponemos- y se comuniquen con el exterior, además de garantizarnos la entrada al arsenal desde el que adquirimos munición y otras mejoras para el equipo.
El protagonista de esta historia, Rogue, es uno de los mejores ejemplos de la consciencia de unos soldados que luchan a sabiendas de que su único destino es

Publicar un comentario